Autores: Daniel Bramatti, Katia Brembatti y Alessandra Monnerat de Estadão Verifica
Una investigación realizada por Estadão Verifica, de Brasil, muestra cómo, en su país, el presidente Jair Bolsonaro y sus aliados políticos son los principales impulsores de desinformación en redes sociales sobre medicamentos sin eficacia contra el coronavirus, como la cloroquina y la ivermectina. Te contamos lo que ocurre en un país cuando sus funcionarios desinforman de manera sistemática.
En Brasil, la desinformación sobre la pandemia es institucional: viene sobre todo del presidente, de otras autoridades del gobierno y de los aliados políticos de Jair Bolsonaro. En los últimos 15 meses, usaron redes sociales y la estructura de comunicación del gobierno para boicotear sistemáticamente las orientaciones de los expertos sobre medicamentos, distanciamiento social, uso de barbijos e incluso la importancia de las vacunas. Con eso, han creado confusión y han fomentado la relajación de las medidas de prevención, creando un ambiente propicio para el aumento de los contagios y las muertes.
Movido por la estratégia de la “inmunidad de rebaño”, Bolsonaro basó su comunicación sobre la pandemia en la promoción de los medicamentos de «tratamiento precoz», como la hidroxicloroquina, la cloroquina y la ivermectina, y en los ataques a las medidas de aislamiento social promovidas en los Estados y municipios – consideradas una amenaza para el proyecto político del bolsonarismo por sus efectos en la actividad económica. El discurso oficial era el de que se podría combatir la COVID-19 con remedios seguros y baratos, y de que la medidas de aislamiento no funcionarían y causarían más daño que el virus. “Brasil no puede parar” llegó a ser el eslogan de una campaña oficial en el inicio de la crisis, en marzo de 2020, justamente cuando diversos países mantenían a la población en casa para evitar la propagación del coronavirus.
¿Y qué pasa cuando la desinformación viene del Gobierno? Además del presidente de la República, el propio Ministerio de Salud y otros organismos y agentes públicos han distribuido contenidos desinformativos en redes sociales, comunicados y documentos oficiales. Y estas acciones tuvieron un impacto directo en la tragedia brasileña, uno de los 10 países donde hay más riesgo de muerte por COVID, según un informe de IPEA, un instituto oficial de análisis económicos.
En el momento en que se escriben estas palabras, en mayo de 2021, el país busca un respiro después de pasar por una situación de colapso en la segunda ola de la pandemia. El número de muertes ya se aproxima a los 450.000, y cada día entran en esta estadística unos 2.000 más. Menos del 10% de la población ha recibido las dos dosis de la vacuna contra el coronavirus, y hay señales preocupantes de una posible tercera ola de contagios.
En la actualidad, una comisión especial del Senado investiga la respuesta federal a la pandemia para, entre otras cuestiones, tratar de medir el impacto de la desinformación sobre los tratamientos ineficaces en el país. La comisión, que no tiene poder para destituir al presidente pero puede crear condiciones políticas para un proceso de impeachment, recopiló más de 200 episodios en los que Bolsonaro propagó discursos negacionistas.
El presidente adoptó una postura negacionista en todas las fases de la pandemia: desde el discurso de que la enfermedad no se propagaría en Brasil o que no sería grave, pasando por la defensa del uso de medicamentos sin eficacia probada, los ataques a las medidas de aislamiento dispuestas por gobiernos subnacionales y, finalmente, el desaliento a la vacunación. No se trata sólo de actitudes emocionales, ideológicas y de desprecio a la Ciencia. Un equipo de investigadores y defensores de derechos humanos que analizó todas las medidas tomadas por el gobierno durante la pandemia concluyó que hubo una estrategia deliberada de propagación del virus para que la población alcanzara la llamada inmunidad de rebaño, es decir, la superación de la pandemia por la vía «natural». La teoría consiste en que si no se toman medidas y una proporción significativa de la población se enferma, esta tendrá anticuerpos frente al virus y superaría la pandemia. Ningún país logró salir de esta manera de la crisis sanitaria, y los que en un inicio lo intentaron luego dieron marcha atrás, como Israel y el Reino Unido. En distintas ocasiones, Bolsonaro afirmó que la mejor vacuna es el propio virus. Dijo también varias veces que sería “inevitable” la infección de un 70% de la población.
El fracaso de la estrategia de inmunidad de rebaño se hizo evidente cuando la pandemia cumplió un año en Brasil, y la aceleración de casos y muertes llevó a los gobernadores y alcaldes a adoptar nuevas medidas para restringir la movilidad. Bajo presión, a finales de marzo de 2021, Bolsonaro cambió su discurso respecto a las vacunas: dejó de sembrar dudas sobre su eficacia y seguridad y pasó a afirmar que «siempre» las defendió, lo cual es otra falsedad.
Bolsonaro, el influencer de la cloroquina
En las redes sociales, cada elemento de desinformación que el presidente insertó en el debate público encontró en sus partidarios una enorme audiencia dispuesta a amplificarlo.
De marzo de 2020 a mayo de 2021, de los 100 posteos de Facebook con más interacciones sobre la cloroquina en portugués, Bolsonaro fue el autor de 42, o sea cuatro de cada diez. Desde el inicio de la pandemia, los posteos que publicó sobre el medicamento que se ha convertido en símbolo de la desinformación sobre la pandemia en Brasil obtuvieron 11 millones de interacciones y 1,7 millones de compartidos, según un análisis realizado con la herramienta CrowdTangle. Incluso teniendo en cuenta las publicaciones sobre el tema en otros idiomas, el presidente brasileño aparece en la cima del ranking de interacciones (engagement), por delante del expresidente estadounidense Donald Trump (1,1 millones de interacciones) y de la propia Organización Mundial de la Salud (503 mil).
En el mundo político, el debate sobre la cloroquina estuvo dominado por los bolsonaristas. Páginas de políticos brasileños en Facebook han publicado casi 4,5 mil posteos con los términos «cloroquina» e «hidroxicloroquina» desde marzo de 2020. Estas publicaciones generaron más de 43 millones de interacciones. Entre los 100 mensajes más populares de la lista, sólo uno era de un miembro de la oposición y tres de un diputado independiente; los otros 96 provenían del oficialismo.
En Twitter ocurrió algo parecido: los diputados oficialistas Osmar Terra, Eduardo Bolsonaro (hijo del presidente) y Carla Zambelli fueron los parlamentarios que más interacciones generaron al publicar información falsa sobre COVID-19 en 2020, según un informe publicado por la agencia de chequeo Aos Fatos. De los 1.000 tuits sobre el nuevo coronavirus con más interacciones publicados por congresistas y senadores entre el 11 de marzo y el 15 de diciembre, 299 tenían alguna afirmación falsa o inexacta, y 104 de esos citaban medicamentos sin eficacia probada contra la COVID-19. Los tuits con desinformación sumaron 3,3 millones de interacciones (retweets y likes), el 31% del total de 10,4 millones de la muestra analizada.
La hidroxicloroquina y la cloroquina son dos medicamentos que se utilizan para la malaria y que, al principio de la pandemia, se planteó que podrían ser eficaces como tratamiento para el coronavirus. Sin embargo, luego de decenas de ensayos clínicos en los que se probaron estos medicamentos la conclusión es que no son efectivos en la prevención o el tratamiento de la enfermedad, y la Organización Mundial de la Salud (OMS) recomienda fuertemente no utilizarlos.
La cloroquina fue «vendida» en la propaganda bolsonarista como un «tratamiento precoz» contra la COVID. Según esta versión, bastaría con tomar el fármaco, junto con algunos otros, para lograr curarse de la enfermedad. La apuesta, a pesar de la falta de evidencias científicas serias que la respalden, fue sostenida por una parte importante de los médicos y de la población.
Una encuesta publicada el 20 de mayo por el instituto Datafolha reveló que el 23% de los brasileños dijeron haber recurrido a «tratamientos precoces» durante la pandemia. Aquí la influencia del presidente es evidente: según la misma encuesta, entre los que se declaran votantes de Bolsonaro, el tratamiento precoz fue utilizado por el 37%, el doble de tasa registrada entre los que declaran que votarán por el ex-presidente Lula da Silva en 2022.
El posteo del presidente brasileño sobre la cloroquina que más alcance logró en Facebook se publicó cuando él mismo estaba con COVID-19, en julio de 2020. En ese momento, Bolsonaro escribió: «A los que vitorean contra la hidroxicloroquina, pero no presentan alternativas, lamento informarles que estoy muy bien con su uso y, con la gracia de Dios, viviré mucho tiempo todavía». Tuvo 101 mil interacciones.
La primera publicación que hizo el presidente sobre el medicamento fue el 26 de marzo de 2020, cuando anunció que había eliminado el impuesto para importar cloroquina. Sigue difundiendo el uso del medicamento hasta hoy, e incluso atribuyó el colapso sanitario de Manaos, registrado en enero de este año, a la falta de tratamiento precoz con el fármaco. El 20 de mayo, Bolsonaro dijo que recientemente había vuelto a consumir cloroquina, «incluso antes de consultar al médico». «Mira qué ejemplo estoy dando: tomé ese medicamento porque tenía síntomas. Lo tomé, me examinaron, no estaba (enfermo). Pero, por precaución, lo tomé». A pesar de claramente referirse a la cloroquina, el presidente no dijo el nombre de la droga. Eso se debe al hecho de que Facebook, en el comienzo de abril, bajó un video en el que Bolsonaro difundió falsedades sobre los efectos de la cloroquina, por estar en contra de las políticas de la plataforma. «No voy a decir el nombre para que no corten la transmisión. Esa cosa que la gente usa para combatir la malaria, la use en el pasado y al día siguiente estaba bien.»
El presidente también fue uno de los políticos brasileños que más interacciones generaron al publicar sobre otros fármacos sin eficacia probada contra la COVID-19: ivermectina (157 mil interacciones); azitromicina (750 mil) y nitazoxanida (231 mil).
Entre las evidencias de que la desinformación tiene impacto en la pandemia está un estudio de investigadores de la Fundación Getúlio Vargas y de la Universidad de Cambridge, hecho en 2020. La publicación concluye que los discursos de Bolsonaro con críticas a las medidas de distanciamiento generaron mayor movilidad entre sus seguidores – o sea, ellos se expusieran más al riesgo de contagiarse. Inmediatamente después de los pronunciamientos de Bolsonaro desacreditando los efectos del aislamiento social, la movilidad aumentó más en las ciudades donde tuvo más votos en las elecciones de 2018. El desplazamiento se evaluó teniendo en cuenta la geolocalización de los teléfonos celulares. A efectos de comparación, después de los discursos que no criticaban el distanciamiento, no hubo cambios significativos en la movilidad. Es decir que, según este estudio, se puede ver un efecto directo del discurso negacionista de Bolsonaro en las decisiones tomadas por las personas.
En noviembre de 2020, otro estudio basado en los datos de las bases colaborativas de chequeos de la Red Internacional de Chequeadores (IFCN, por sus siglas en inglés) y de LatamChequea señaló que Brasil e India estaban aislados de otros países en relación con las tendencias de desinformación. Sólo en Brasil se mantuvo el debate sobre la eficacia de la cloroquina y la ivermectina durante toda la pandemia. Los autores del análisis señalan que disputas políticas internas pueden haber motivado las campañas de desinformación en el país, siendo los gobernadores de estados como São Paulo, Río de Janeiro y Bahía blancos frecuentes de las redes de rumores.
Las consecuencias de la desinformación
El discurso polarizador y negacionista de Bolsonaro politizó la pandemia desde el primer momento en Brasil. «La desinformación sobre COVID-19 se ha presentado principalmente como una cuestión partidaria, dejando en segundo plano la cuestión de la salud pública», escribieron los autores del informe Desinformación, Redes Sociales y COVID-19 en Brasil, publicado a principios de mayo de 2021 por investigadores de dos universidades federales de Brasil. «Esto significa que las cuestiones relacionadas con la mitigación de la pandemia, su gravedad e incluso las vacunas se debaten como una cuestión política, en la que hay que adoptar ‘un lado’, y no como una cuestión de salud pública, en la que todos deben cooperar. Como consecuencia, las acciones para controlar la propagación del virus (como las medidas de distanciamiento y el uso de máscaras) se perciben como acciones ideológicas, siendo rechazadas por algunos grupos más radicales. Este contexto también favorece que la desinformación sobre Covid-19 circule en las redes de desinformación política ya establecidas en las redes sociales, que están especialmente polarizadas.»
Tai Nalon, directora ejecutiva de la agencia de chequeo Aos Fatos, dice que la desinformación difundida por el gobierno es peligrosa porque la manifiestan autoridades con poder para implementar políticas públicas. «El problema va más allá de los rumores de WhatsApp: en Brasil, los políticos utilizan la información falsa que genera interacciones en las redes para apoyar proyectos de ley y decretos, como si, al darle un carácter oficial a la mentira, ésta se convirtiera automáticamente en verdad.”
«El país está muy adelantado en el uso de la desinformación como elemento político», dice Natália Leal, directora de contenidos de la Agência Lupa. «Desde 2013, todo se convierte en una extraña polarización política en Brasil. Tienes una pandemia con 450.000 muertos y la gente sigue discutiendo el tratamiento precoz con cloroquina porque Bolsonaro dice que funciona. Esto es muy peligroso, estamos tratando con la salud pública.»
Para Lupa, el país ha vivido 6 oleadas de desinformación sobre la COVID-19. Todas estas olas encontraron apoyo en las dudas o las propias declaraciones impulsadas por la gestión de Bolsonaro.
En enero de 2020, incluso antes del primer caso confirmado en el país, la primera oleada indicó que el virus fue creado a propósito en un laboratorio. La segunda oleada apuntaba a productos domésticos, como el vinagre y el ajo, que serían eficaces para evitar el contagio. Una de las oleadas más fuertes y duraderas apareció en abril, con la defensa del uso de medicamentos sin eficacia probada contra la COVID-19, como la cloroquina y la hidroxicloroquina. La cuarta y la quinta oleada están relacionadas, desde distintos orígenes, con un intento de descalificar la gravedad de la pandemia. Una de las piezas mostraba ataúdes y hospitales supuestamente vacíos en un ambiente de tranquilidad, para indicar que la pandemia no existiría, y otra comparaba cifras de registros de defunción que supuestamente mostraban una situación de normalidad. La sexta ola comenzó a mediados de 2020 y persiste hasta ahora, con la desinformación sobre las vacunas, utilizando todo tipo de manipulación de datos para cuestionar supuestos intereses ocultos y peligros inexistentes.
La información falsa también ha influido en la toma de decisiones de los gobiernos locales ante la pandemia. Los alcaldes de varias ciudades brasileñas fomentaron la distribución de «kits Covid”, con medicamentos de eficacia no demostrada contra la enfermedad: además de cloroquina, azitromicina, zinc y vitamina C. En Manaos, ciudad del norte del país donde en enero último se agotó el stock de oxígeno en los hospitales, el Ministerio de Salud lanzó una aplicación para móviles para fomentar la adopción de «tratamiento precoz” con cloroquina. Obviamente eso no impidió un desastre: en enero y febrero de este año murieron de COVID más de 4 mil personas – fueron menos de 3 mil durante todo el año 2020.
«Es muy peligroso tener una posición de desprecio a la Ciencia en el más alto cargo de la Presidencia de la República porque esto pasa a los mandos menores», señala Leal. «Tenemos un entorno político muy influenciado por la desinformación. Muchos de los alcaldes e incluso gobernadores, aunque en menor medida, han seguido las directrices del Gobierno porque están muy preocupados por el impacto político, no por el impacto sanitario».
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El inicio
Para entender la dinámica de la desinformación bolsonarista es útil remontarse a los primeros días de la pandemia y observar cómo se politizó este asunto de salud pública en Brasil. En marzo de 2020, cuando las muertes causadas por el nuevo coronavirus en el país más grande de América del Sur aún no llegaban a 50, Bolsonaro utilizó una cadena nacional de radio y televisión para comparar a la COVID-19 con una «pequeña gripe» (“gripezinha”, la llamó en portugués). Defendió que la gente no se aislara y que la vida siguiera con normalidad.
En aquel momento, algunos gobernadores estatales y municipales decidieron adoptar la estrategia de confinamiento, inspirados en ejemplos de países de Asia y Europa, y fueron duramente criticados por el Presidente de la República, que intentó revertir su decisión. El caso llegó a los tribunales y el Supremo Tribunal Federal dejó claro que los políticos locales tenían derecho a tomar medidas más restrictivas en caso de desastre sanitario. Sin poder evitar la interrupción de servicios no esenciales, Bolsonaro siguió criticando las medidas que buscaban el distanciamiento social como medida de prevención ante la falta de cura.
Como contrapunto al encierro, Bolsonaro comenzó a difundir en las redes sociales la defensa del «aislamiento vertical». La idea consistía en confinar en casa sólo a las personas mayores o con comorbilidades que pudieran agravar la enfermedad. Así, el comercio, las escuelas y el transporte público podrían seguir funcionando. La medida nunca tuvo apoyo entre las autoridades sanitarias, que señalan los riesgos de infección en el entorno residencial y recuerdan que personas jóvenes y sanas también pueden tener casos graves de COVID-19.
El 8 de abril de 2000, con más de 100 muertes confirmadas por la enfermedad, representantes de agencias de fact-checking de Brasil publicaron una carta conjunta para pedir a los funcionarios que dejaran de distorsionar los hechos sobre la COVID-19. Ese mismo día, sin embargo, Bolsonaro hizo otra declaración en cadena nacional en defensa del uso de la cloroquina. En mayo, en medio de un cambio de ministros, el Ministerio de Salud comenzó a recomendar el uso de cloroquina desde los primeros síntomas de la enfermedad. Los diputados del Gobierno también se unieron al coro a favor del uso de estos medicamentos.
Después de circular sin máscara en actos públicos y promover aglomeraciones de seguidores, Bolsonaro fue diagnosticado con COVID-19 en julio de 2020. Su esposa, Michele, también se infectó por la misma época. El hecho de que no desarrollaran la forma grave de la enfermedad se utilizó como «prueba» de que el nuevo coronavirus no era tan peligroso y de que la cloroquina era eficaz.
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Los desafíos de los chequeadores
El año último, el fundador del sitio de verificación E-Farsas, Gilmar Lopes, sintió en su propia familia el impacto de la desinformación sobre el coronavirus: su padre tuvo que ser hospitalizado tras contraer la enfermedad. El periodista lamenta que su padre haya visto un «mal ejemplo» en los gobernantes. «Si Bolsonaro aparece sin máscara, hace aglomeración, infravalora la enfermedad, esto da fuerza a otras personas para que abandonen estos cuidados», dice Lopes.
E-Farsas lleva desmontando rumores en Internet desde 2002, pero Gilmar dice que no recuerda otra época en la que la desinformación sobre salud y política estuviera tan mezclada. «Ahora, siempre ponen un componente político. Si estás en contra de una medicina, eres un comunista», ejemplifica.
El editor de Boatos.Org, Edgard Matsuki, recuerda que, antes de la pandemia, los chequeo sobre salud publicados en el sitio solían refutar la promoción de «curas milagrosas». Boatos.Org funciona desde 2013. «Ahora, durante la COVID-19, desgraciadamente hay muchos rumores que tienen más la intención de reforzar la opinión de un político favorito que de hablar de una cura», comenta.
Durante la pandemia, los chequeadores empezaron a recopilar ejemplos de desinformación sobre salud compartida por los políticos. «Estas personas son influyentes en Internet, y cualquier contenido que llega a través de ellas tiene mucha resonancia», dice Matsuki. «Lo difícil es que nuestra verificación tenga el mismo alcance que el contenido de ellos; muchas veces no podemos. Nuestra estructura es pequeña y nuestro alcance no es comparable al de las personas influyentes”.
Dado que la información engañosa que comparten los funcionarios públicos tiene una mayor repercusión en Internet, los verificadores de las agencias como AFP tratan de ser lo más rápidos posible cuando se trata de este tipo de contenido. En medio de la pandemia, la rapidez puede ser un reto, ya que los conocimientos sobre la COVID19 han ido aumentando con el tiempo, pero todavía hay muchos aspectos en los que falta información.
«A finales de 2020, el presidente Bolsonaro volvió a hablar de la ivermectina. Es un chequeo complicado para nosotros porque todavía no hay pruebas, ni resultados seguros sobre la eficacia de este tratamiento», dice Elodie Martínez, coordinadora regional de la AFP. «Es muy delicado, no podemos decir que funciona o que no funciona. Así que buscamos a todos los expertos posibles y tratamos de actualizar todo el tiempo la investigación científica que pueda existir». El trabajo de los chequeadores es muy difícil cuando de un lado se dan falsas certezas y del otro sólo se puede responder con la evidencia disponible, que muchas veces no es perfecta ni definitiva.
La Agencia Lupa también tuvo que adaptar su metodología para superar la dificultad de obtener datos sobre la COVID19. «Lupa no solía utilizar a los especialistas como fuente primaria de información», recuerda Natália Leal, directora de contenidos de la agencia. «Pero cuando nos encontramos con una enfermedad poco conocida cambiamos nuestras posición».
El Proyecto Comprova, una coalición que reúne a 28 medios de comunicación brasileños, chequea contenido dudoso que circula en las redes sociales desde las elecciones de 2018. Durante la pandemia, la iniciativa se movilizó para desmentir los rumores sobre el nuevo coronavirus. Comprova amplió el alcance del proyecto para incluir las publicaciones de los políticos, que antes no se comprobaban. Recientemente, la coalición demostró que un tuit en el que Bolsonaro dice que el uso de la ivermectina ayudó a controlar la pandemia en África es engañoso.
El editor de Comprova, Sérgio Lüdtke, afirma que los verificadores han tenido más dificultades para obtener datos y respuestas de las autoridades sobre los temas investigados. «Cuando deberíamos buscar, sobre todo en un momento crítico como el actual, más transparencia por parte de todos los actores implicados, lo que vemos es que hay una cierta retracción, una cautela en la liberación de los datos que se buscan en este tema».
En junio de 2020, en respuesta a la decisión del gobierno federal de restringir la divulgación de las cifras de casos y muertes por COVID-19, los medios de comunicación O Estado de S. Paulo, Folha de S.Paulo, O Globo, Extra, G1 y UOL formaron una asociación para investigar los datos de forma independiente.
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Transparencia: cuando los datos oficiales no son confiables
Open Knowledge Brasil, brazo nacional de la organización internacional, es también conocido como Rede pelo Conhecimento Livre (Red por el Conocimiento Libre) y ha estado siguiendo, desde el inicio de la pandemia, el escenario de la divulgación gubernamental de los datos brasileños sobre la COVID-19, exigiendo más transparencia, acceso y adecuación a los estándares científicos.
Fernanda Campagnucci, directora ejecutiva de OKBR, señala una serie de problemas en las declaraciones de las autoridades del país: «Es una situación muy perniciosa para la democracia». Recuerda que el punto de partida es que la autoridad debe tener fe pública, es decir, tener una credibilidad institucional ya reconocida por la población. A cambio, se espera que el funcionario público actúe de buena fe, con el mejor conocimiento y dando fe de la veracidad de los datos que presenta. «Pero tenemos autoridades que faltan a la verdad descaradamente», dice.
Campagnucci refuerza que hay varias formas de desinformación, como los discursos que contradicen los hechos, sin relación con la verdad o que omiten aspectos fundamentales. Cita como ejemplo el hecho de que el gobierno federal se centre en hablar del número de personas que tuvieron la enfermedad y sobrevivieron, sin prestar atención a los datos sobre las muertes. «No es exactamente mentir, pero distorsiona y acaba desinformando», señala. La directora ejecutiva comenta que el volumen de datos ocultos, falsos o distorsionados ha crecido hasta el punto de crear dificultades casi insuperables para que la prensa lo compruebe todo. «El Gobierno cambia de versión muy rápidamente y sin ningún compromiso ni siquiera con lo que se dijo anteriormente. La sociedad no tiene posibilidad de contrarrestarlo», señala.
Una de las peores actitudes del gobierno de Jair Bolsonaro, en opinión de Campagnucci, es dar la falsa impresión de que el problema está resuelto. «No se trata de provocar pánico, sino de comunicar con franqueza a la población, como han hecho otros dirigentes. Pero aquí estamos jugando con el imaginario colectivo, porque una parte de la gente, en el fondo, no quiere que la pandemia sea cierta. Porque es más difícil enfrentarse a la realidad», dice. Para ella, las actitudes de Bolsonaro encajan en el concepto de necropolítica, caracterizada por el poco aprecio a la vida. La directora ejecutiva de OKBR señala que los comunicados del Ministerio de Salud forman parte de una estrategia que algunos miembros del gobierno denominaron el cañón de la comunicación, que centraliza la información, le da un barniz más político y hace pasar por un tamiz ideológico incluso la información rutinaria vinculada a los trámites.
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¿Soluciones?
Si hay evidencias de que la desinformación sobre la COVID-19 difundida por los políticos lleva a la población a relajarse en la atención sanitaria, el editor de Comprova, Sérgio Lüdtke, señala que hay otra consecuencia a largo plazo: el descrédito de la prensa.
«Es un efecto muy perjudicial», dice Lüdtke. «La gente deja de confiar y, por lo tanto, deja de consumir medios de comunicación, que hacen un trabajo que a veces es defectuoso, pero es el mejor canal donde se puede obtener buena información y a través del cual la Ciencia se expresa de una manera más popular».
Este daño secundario de descrédito de la prensa permanecerá hasta después de la vacuna, dice Lüdtke, y puede ser permanente. «Estamos creando un modelo de consumo de información que se basa en interpretaciones erróneas de la realidad, en informaciones que circulan sin la debida investigación. Esto puede causar daños en el futuro en otras áreas, probablemente en la política, porque tenemos elecciones el próximo año.
El editor de Comprova dice que cree que la mejor vacuna contra la desinformación es la buena información, verificada con rigor periodístico. Para ello, el periodismo debe ser más transparente y obtener el apoyo de la sociedad, afirma. «Muchas veces, el periodismo es defectuoso, es muy declarativo y acaba colaborando con las campañas de desinformación. Pero es la mejor alternativa a la desinformación», dice Lüdtke.
Elodie Martínez, coordinadora regional de AFP, destaca la importancia de la colaboración de las plataformas de redes sociales en la promoción de los controles. «Brasil es particular, en el sentido de que tenemos mucha gente que se informa sólo a través de las redes sociales», señala. «Es muy importante llegar a esas personas. Sabemos que los chequeos no son tan interesantes como la desinformación para muchas personas, porque la desinformación busca despertar emociones, como la ira y la tristeza».
Natália Leal, de Lupa, afirma que es necesario pensar en soluciones más estructurales para el problema de la desinformación en Brasil. «El periodismo es muy importante, pero no salvaremos al mundo de la desinformación sólo con la comprobación de hechos. Decir que algo es falso o verdadero es como intentar secar el hielo», dice. La expresión en Brasil es utilizada para referirse a un trabajo que no termina nunca y que no trae resultados visibles.
Leal añade que es necesario discutir el entorno informativo desde la escuela e invertir en educación para formar mejores ciudadanos. «La solución educativa es siempre la que me parece más razonable, aunque sea una medida a mediano y largo plazo», dice. «No podremos resolverlo del todo ahora».
Esta investigación es parte de “Los desinformantes”, una serie de investigaciones sobre diferentes actores que han desinformado durante la pandemia, que está realizando LatamChequea, la red de chequeadores latinoamericanos coordinada por Chequeado, y cuenta con las ediciones de las organizaciones que participan y del periodista Hugo Alconada Mon.